sábado, 21 de agosto de 2010

Nesquik.


Pensar en algodón, caminar vestida de espuma.
Parlotear con los árboles. Cocinar suspiritos.

Arreglarme. Desvestirme. Amarte.

Acurrucarme en nuestros momentos.
Disfrutar de tu risa. Bailar con los pájaros. Cantar en tu pecho.

Proyectar. Concluir. Admirarte.
Dormitar. Despertar. Abrazarte.

La felicidad está en un beso tuyo.
Me amás?
Te invito una chocolatada.

.A.

jueves, 5 de agosto de 2010

Toto y la Luna.



Cuando aletearon sus ojos por última vez, tenía la panza rellena de comida. ¿Había ingerido pastel o sólo frutillas y mandarinas? La sutil suavidad de su boca le indicaba el exceso de azúcar. Pero a esa altura del sueño, ya no podía racionalizar. Se fue a dormir pensando en lo brillante que estaba la Luna. Un hilo de luz rozaba su rostro y bañaba de estrellas sus dos mejillas coloradas. ¿Cuántas veces se había encontrado con una Luna de ese color? ¿Cuántas noches la había recordado con su rosado tutú y zapatillitas carmín? Aquel viernes estaba más hermosa que nunca. La imaginó bailando entre millones de burbujas. Rizos sueltos, uñas lilas, brazos delicados, labios de algodón. La pensó cargando un globo fluorescente, con sus ojos enmarcados por un espeso bosque de pinos. La sintió tocando una dulce melodía, inaugurando con su canto un hormigueo estomacal. ¿Acaso serían las mandarinas? ¿O habría maquillado a esas mariposas tan temidas?


Para Toto aquella niña cargaba con el nombre más apropiado. Si había alguien en el mundo con el poder indicado para personificar a la Luna, era ella. Porque la niña y el satélite no competían en belleza, eran una. ¡Para qué separar a aquellas dos hermosuras si completaban el más exquisito sentido del absoluto esteticismo! Brillantes, nocturnas, suaves, coquetas. Ambas poseían la magia de la desaparición diurna. ¿Serían parte de un sueño o solo las protagonistas de un cuento? ¿Cuántas veces habían besado a los sonámbulos enamorados? ¿Y cuántos amaneceres habían desbandado?


Toto suspiró, no podía moverse. Entreabrió un ojo, la vió. Estaba cerca de su mejilla. A diez centímetros, cinco. La sintió respirar. Sonrió. Cerró los ojos y esperó. El brillo lo enceguecía. La redondez lo envolvía. La besaría, lo haría. Con eso, la Felicidad. Un centímetro. La Esplendidez. Medio. Escepticismo. Casi. Nervios. Ahora. Cosquilleo. Ya. El tacto. Y con el Sol, el día.

.A.

Terrazas.


Tus piernas tiemblan las mías y mi sonrisa se derrite cuando empieza el escalofrío. Mi ciudad abajo le grita a la Luna y tu pregunta en los ojos al vapor de mis labios. No hay nadie en la terraza y tu calor recorre mi cuello, baja de repente hasta llegar adentro mío. Me recorre en círculos, rechaza un beso, miro desde arriba y desaparece el mundo. Me abraza enredado, nos volvemos giro, se me cuela por la espalda una línea de suelo frío. Te resoplo en la oreja, me mojas de un suspiro, movés un poco la mano y contengo el grito.
Jadeo compulsivo y ritmo de luces, sube el horizonte y baja la Luna, baja el sol, y sube una estrella, se mueven tu cara y mis pelos, tus ojos y mi cuerpo, tus gritos y el jadeo, el silencio y el jadeo, mis piernas y el jadeo, cierro los ojos y jadeo, abro los ojos y jadeo, al borde del gemido despierto en la cama enorme y me pregunto porque carajo te has ido.

Así me dejaste, en lo más íntimo de mi sonrisa dormida.


Por Maldito Nombre.