Empieza en la punta de aquel extremo inhumano de su picuda nariz. Se siente solo: ha perdido su multitud. Patina hasta ese cuenco que ha sido lustrado con tanta paciencia. Se refleja en la piel y moja sus pantalones. Levanta la cabeza pensando que al ojear sus pestañas no llorará. Se desliza y humedece. Una parada inesperada espesa su saliva. Aparece un recuerdo, lo desvanece y acuchilla. Una, dos, cuatro veces. Por atrás y adelante, despacio y fulminante. Lo erotiza y desangra. En su último suspiro disfruta el sabor de su perversión. Espera dos segundos, un latido y muere. “Despierta, todo es suave” ¡Qué mullido aquel cachete! ¡Qué algodonada su aversión! Se inyecta una sobredosis metafísica y desciende. Revive en un rincón junto a dos hormigas, una anciana y el hijo de Dios. Decide repasar aquel cálido sector que enciende su sexo. Todo en su lugar. Se enorgullece y lame tibiamente su seducción. Se toca y derrite, “justo ahí, más abajo, ahí que tengo calor”. Vuelve a su adolescencia y aquella pregunta causante del robo de alfas. ¿Qué encierra aquella redondez, cuántas rozadas guarda con rencor? Su nombre no es digno del Creador. La peca se aleja del perdón. Inmunda arrepentida, pecadora por definición. Penetrada, orgíaca. Lujuriosa trasnochada. El conjunto es su pasión, dejemos a los lunares la caricia del amor. “La peca destruye, daña. Muestra un hombro y perfora. Cocina muertos y acaba”. Desde la transparencia descubre su ambición: un vino, dos líneas, seis veces y acabose la pasión.
“Valorar la redondez, el silencio, su compañía sinfónica y la profundidad de un sí.
Valorar el canto sin salir perdiendo, tomar ventaja con el suspiro del viento.
Subir alto, hasta el centro del centro, donde todo es nada, donde nada es bueno.
Cortar por el cuajo las cenizas del tiempo. Evitar caricias y demoler acentos”.
Démosles a la peca otra oportunidad: hermosura en la mancha, brillantina en la vulgaridad.
.A.