Durante siglos nos ha estado mintiendo, se rió de nosotros, congelo su sonrisa. Hoy, 14 de diciembre de 2011, me presento ante ustedes para rebatir su verdad. Señor Relojero, deje de mentir: el tiempo es vertical. Que se caigan las estadísticas, que se destruya el paradigma, que se derrita su vida. El tiempo es vertical.
No existen más segundos que los que unen al sol, al océano y a mi voz. No habita tal cronología de eventos si no se usa la razón. Estamos en el viento. Los vivos y nosotros, los muertos. En una burbuja quimera coexisten: el recambio de piel, las cosas que no te dije y los recuerdos de aquel que fue.
Hemos vivido en una falsa linealidad, agotados, apurados. Hemos permitido que el futuro gobierne y el pasado perfore. ¡Qué crueldad aceptar aquellos mandamientos, creer en Romeo y no poder verlo!
Señor relojero: me declaro testigo de su estafa. He sido engañada por usted y su venerable eternidad. ¿Puede reconocer el puntilleo en mis lóbulos? ¿Puede percibir el dolor de mis omóplatos? Fueron mordiscos de sus segundos, semanas y años, excavaciones de su miseria, los rastros de aquella carrera.
Una mujer sobre un elefante recuerda haber dejado la pava encendida. Corre. Se muere. Revive. La apaga. Es un punto. Un micro. El infinito. La nada. Responde a aquel quien la vio nacer. Se viste de amarillo. Maquilla su ansiedad. Toma a su cigüeña. Peina su tacto. Y le da cuerda al tiempo.
.A.