En un país, una provincia, una ciudad, una avenida, dentro de un taxi negro y viejo, un cuerpo contenido por un cinturón de seguridad, un alma esperando a ser negociada, una cabeza que inventaba la quinta dimensión: Algo punzante. Algo que penetre. Algo filoso como una aguja de tejer finita o un guante hecho de clavos. A lo mejor un contenedor de vacas y “por ahí”.
¿Qué es “por ahí”?
Y… “Por ahí”.
No es posible señor taxista. No se puede matar a los zombies. Están en los sueños. Ayer quemé mi casa con todos adentro. Me ayudó el vecino y él. Hoy desperté sola, y los siento. Son invisibles. Pero viven en mi cabeza en la suya y en la tuya. Son millones. Grises. Tristes. Reproductores.
.A.
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